En el mismo campo donde se encuentra ubicado el Cementerio de Villa Adela existe un mogote (montecito de árboles), donde se podía ver una cruz muy bien cuidada pintada de blanco. Siempre adornada con flores plásticas, que seguramente eran llevadas por familiares o amigos, que recordaban a la persona que allí había perecido.
Por ESTELA YACCUZZI
Recuerdo que tenía aproximadamente 6 años, cuando mi padre llegó a casa en Campo Yaccuzzi desde Villa Ana. El conducía el tractor que tiraba de un carro donde venían dos personas que eran trabajadores rurales (peones), que volvían después de estar trabajando en el campo. Era un sábado casi de noche. Llegaron a Villa Adela por la ruta 32 y doblaron hacia el Sur, después de hacer aproximadamente un kilómetro, con la luz del tractor divisan un bulto en el camino y al acercarse ven que era una persona. A su lado había una guitarra y, tirada casi en el pasto, una bicicleta.
Mi padre le cuenta a mi madre lo que habían visto, mientras yo lo escuchaba y, en mi inocencia, sentía mucho miedo porque hablaban de policía, de muerte, de calabozo. Mi madre, con mucha curiosidad, le pedía más detalles queriendo saber si ellos habían hecho algo, lo que hizo enojar a mi papá (esto ocurría en el dormitorio).
Al rato, recuerdo que llegó la camioneta de la policía y se llevan a declarar a mi papá y a los peones. Quedé llorando porque creía que lo llevaban preso; no entendía a qué se referían con lo de testigo. Mi madre trataba de consolarme diciendo que pronto iba a volver; creo que no dormí en toda la noche hasta que, por fin, la policía lo trajo de regreso.
Se comentaba que al guitarrero lo habían matado por un ajuste de cuentas. A este joven le gustaba tocar la guitarra y se dirigía a un baile en Villa Adela. El asesino, un tal Maidana, cegado por los celos, lo esperó en ese montecito y de sorpresa lo atacó dándole muerte de dos puntazos en el estómago, escapándose del lugar y dejándolo tirado en la calle.
Esa cruz siempre fue mi obsesión porque me recordaba el momento que a mi padre lo llevó la policía. Hace un tiempo, camino a la casa de mi madre, ya no vi la cruz. Intrigada, quería ver si aún estaba y poder averiguar algo más sobre este joven, como cuántos años tenía o algún otro dato. La cruz no estaba, así que empecé a caminar entre los árboles, entre el pasto, hasta que mis pies chocaron con algo de hierro; la levantó y era la crucecita con una chapa en forma de corazón con los datos: “Barsilio Saucedo, nació el 27 de noviembre de 1944 y lo asesinaron el 5 de enero de 1962”, es decir que tenía de 17 años de edad.
Según la leyenda, durante mucho tiempo en ese sitio, a los que pasaban de noche, se les aparecía un perrito blanco, que, según las creencias de los lugareños, se trataba del alma del joven que rondaba por el lugar. Es por eso que todos se santiguaban al pasar por allí.
gentileza ocampense