
Por Agustina Macuglia
En esta época de cierre de año, balances y reflexiones, nos encontramos preguntándonos qué objetivos cumplimos, cuáles fueron los aprendizajes que nos dejó el 2025 y qué desafíos se nos vendrán. La pregunta que más me resuena es: ¿qué atención le dimos al cuerpo durante este ciclo?
Voy a empezar diciendo lo siguiente: el cuerpo no es un envase que sostiene nuestras emociones, pensamientos, decisiones y rutinas. Antes que todo eso, primero somos un cuerpo que va aprendiendo a habitar el mundo. Desde que nacemos, el conocimiento que construimos sobre lo que nos rodea y sobre cómo comunicarnos con las personas es, en primer lugar, corporal: a través de los movimientos, los gestos, las expresiones y los sonidos.
Cuando crecemos y necesitamos ocuparnos de otras urgencias, pareciera que nos olvidamos de ese modo de vivir con el cuerpo como centro y guía. Terminamos accionando desde el compromiso, la obligación, el deber y las exigencias, y muy poco desde nuestra intuición, nuestro sentir o nuestro deseo. En gran parte esto sucede porque nos vamos fragmentando y separando de eso que es vital, y también porque el modo de vida actual exige más productividad y menos disfrute.
Por esto considero que las prácticas corporales son principalmente prácticas restaurativas, porque ubican al cuerpo como eje de nuestras vidas: como el centro que comanda, que guía y que nos avisa de qué formas podemos movernos y cuáles son las necesidades más importantes en el presente.
Les propongo entonces, a modo de cierre, pensar en cualquier práctica que los traiga al presente —yoga, masajes, pilates, meditación, reiki, entrenamiento, caminatas, etc.— y empezar a ordenarlas con la idea de “mantenimientos frecuentes”. Porque después, cuando llegue un nuevo fin de año, vamos a estar con el cuerpo disponible para celebrar, descansar y reparar.
