Eduardo “Lalo” José en el VI Congreso Internacional de Escritores y Lectores por el Líbano

El sábado 23 de octubre a las 17 horas, Lalo José disertó vía Zoom con su escrito “El baúl de mis abuelos” en el VI Congreso Internacional de Escritores y Lectores por el Líbano, organizado por el Centro Argentino de Investigación sobre la Inmigración Libanesa (CAIIL) y la Sociedad Libanesa de Rosario.



Compartimos a continuación el texto:

El baúl de mis abuelos

Hace un tiempo fui al viejo galpón, ubicado en el fondo de mi casa donde se guardan cosas antiguas y me encuentro con el añejo baúl de mis abuelos que sirvió para traer las pocas cosas con las que llegaron de su tierra natal “El Líbano”, país pequeño en extensión pero grande en historias y aportes a la humanidad.

Invadido por la emoción decidí abrirlo y fue como correr la cortina, para ingresar a un mundo que viví desde que nací, ya que compartí con mis abuelos o mejor dicho con Yette y Ome la misma casa, hasta que ellos partieron, dejándonos como legado un mundo maravilloso de costumbres, aromas, recuerdos y mucho amor.

Decidí sentarme, fue como soñar despierto, me transporté a un tiempo que estaba dormido pero siempre presente en mi memoria, el baúl contenía una inmensa cantidad de tesoros de ese increíble País de una profunda belleza, bañado por las costas del Mediterráneo, Llegaron desde Chekka una ciudad costera, muy vistosa ubicada al norte del Líbano.

Sigo fascinado junto al Baúl y siento el aroma inconfundible de la comida árabe, la que aprendí amar desde niño, los sabrosos keppes, crudos y cocidos, la tripa rellena, el tabule, los niños envueltos en repollo y hoja de parra y tantas otras delicias que mi abuela hacía con la receta original, que hoy recuerdo claramente.

Los sonidos me trasladaron a las noches que los paisanos se juntaban en el amplio living, con sillones coloridos. Se escuchaba de fondo música árabe en el viejo toca disco, combinando las melodías amadas, con relatos en su idioma que provocaban risas y lágrimas casi en el mismo acto.

Los recuerdos se multiplican en forma acelerada, siento el abrazo efusivo de mis abuelos cuando llegábamos a la casa, la alegría que no podía disimularse cuando algún festejo reunía a la familia o cuando nos congregábamos a comer, con mesas generosas que sumaban a quien pasaba cerca o entraba a saludar.

Sigo en un estado obnubilado, percibiendo Imágenes que hoy asoman nítidas, mi abuela leyendo a mi abuelo la biblia en árabe, en el patio debajo de la parra, generando un atractivo para quienes nos visitaban y de pronto nuevamente las lágrimas que tantas veces vimos se hacían presente en ella de manera inevitable.

La veo y la escucho cuando cantaba en su idioma y muy rápido se emocionaba, cortándose la voz porque la nostalgia la abrazaba como un manto, a nosotros nos costaba entender esa conjunción de alegría y tristeza que hoy podemos comprender, cuando recordamos este tiempo y no podemos evitar la emoción.

Como olvidar las navidades y los brindis ¡ El dolor por quienes partieron y dejan una silla vacía en la larga mesa familiar. Los diálogos en su idioma con sus visitantes y nosotros captando alguna frase suelta, adivinando como si fuera un juego lo que hablaban.

Pero había algo que no requería conocer el idioma y era el amor que le ponían a cada cosa que hacían, la amabilidad, la calidez permanente, el respeto y agradecimiento por estas tierras que lo recibieron con los brazos abiertos y el amor infinito por su país, sentimientos intensos que atravesaron el corazón de estos libaneses cariñosos y queribles.

Ese orgullo expresivo por la familia que lograron cimentar, con una característica distintiva ser buena gente, que maravilloso título exhibieron, sus hijos Emilia, Emilio, Rosita, Domingo y Coquin, ser personas de bien, que hoy nos guían desde el cielo y que decir de la alegría que le provocaban sus nietos, la debilidad de este matrimonio de Antonio y Ana.

El esfuerzo sin descanso en los inicios cuando tuvieron que salir a trabajar, superando obstáculos a cada paso, las dificultades del idioma, ir a los parajes rurales, a la zona del puerto con la maleta al hombro para poder vender sus productos, la obligación de adaptarse a un mundo nuevo para darle lo mejor a su familia.

Hoy sabemos el motivo de aquellos llantos silenciosos, mi abuela dejó sus padres, hermanos y el resto de la familia a quien extrañaba horrores, así como ese paisaje amado de su Chekka natal que definía como un paraíso recostado sobre el mar; En el caso de mi abuelo ya estaban en estos territorios su mamá y una de sus hermanas lo cual hacia un poco más tolerable la tristeza.

La necesidad de buscar nuevas posibilidades en tierras distantes, desconocidas estar de pronto arriba de un barco, penetrar al inmenso y misterioso mar sin tener claro el horizonte, esos corazones latiendo con miedo, incertidumbre y la ilusión de dejar atrás un presente de violencia.

Cuantas mañanas se habrán despertado con el ruido de las olas golpeando la cerca de su casa, con angustia habrán buscado ese horizonte amado, pero se encontraban tan lejos de esa tierra que los vio nacer, de esas bellezas naturales que la violencia no logró afectar. Creo que habrán buscado en nuestro abrazo un poco de alivio a esa dolencia.

Toda la vida de nuestros abuelos fue esfuerzo para dejar lo mejor a sus seres queridos, mi abuela tejiendo al crochet, su pasión por los higos, por la cocina y sus recomendaciones de buena conducta permanentes, mi abuelo con una generosidad extrema, que fue transferida a sus hijos, su cigarro, su rosario, su traje y corbata para los actos patrios y el saludo afectuoso que no distinguía destinatarios.

De pronto me doy cuenta el tiempo que había trascurrido, yo seguía sentado al lado del baúl, como deslumbrado, era casi de noche, seguía escuchando esa melodía, las risas de los paisanos reunidos que hablaban fuerte, el ruido del mar encrespado y de pronto las lágrimas que tantas veces recorrieron el rostro de mis abuelos hoy estaban conmigo, con una mezcla de nostalgia admiración y agradecimiento eterno.-

Eduardo «Lalo» José