César Grinstein: «¿Para quién hablo yo, entonces?»

Por César Grinstein

En diciembre de 1974 apareció en todas las disquerías de la Argentina un álbum que se convertiría en uno de los más importantes de la historia del Rock Nacional: “Pequeñas anécdotas sobre las Instituciones”. En esta obra conceptual Sui Generis daba un vuelco musical que lo llevaría a convertirse en el Grupo de música más trascendente de su tiempo. Y muchos dicen que de la historia del rock vernáculo.

En su última canción, luego de plasmar canciones de letras y estilo que significaban una gran ruptura con sus dos álbumes precedentes, Charly García volvía a los orígenes del Grupo y se preguntaba: ¿Para quién canto yo, entonces?

Su pregunta se basaba en la estupefacción que le provocaba observar que “los humildes nunca me entienden”.

Casi 45 años después, quienes observamos el proceso político argentino, podríamos hacernos una pregunta similar: ¿Para quién hablo yo, entonces?

Porque resulta obvio que no tiene mayor sentido ni practicidad intentar la reflexión de ese sector de la sociedad que continúa ignorando o negando los actos de corrupción inusitada, de violencia criminal y de autoritarismo rampante de la Administración K. No hay argumentos que horaden su fanática postura.

Los destinatarios de nuestras reflexiones deberían ser, por lo tanto, las personas que conforman el resto de nuestra sociedad.

Y, para ellos (para nosotros), la cuestión debería ser bien simple. Pocas veces en la historia la opción es tan clara. Pocas veces en la historia el “experimento social” de los que se presentan como solución estuvo tan fresco y fue tan bestialmente contundente.

¿Qué es lo que nos pasa que no nos damos cuenta del desastre de la Administración de CFK? ¿Cómo es posible que no recordemos su violencia, su soberbia, su ineptitud, su flagrante ignorancia, su banalidad, su autoritarismo y, sobre todo, su espantosa corrupción?

¿Cómo es que no nos despertamos ante el posible retorno al Poder de quien quiso “ir por todo” y no dejó NADA (sin robar)?

¿Qué nos pasa que no podemos decir un NO rotundo a quienes ya anuncian que “es imprescindible modificar la Constitución Nacional y el Poder Judicial, para conveniencia de la libertad ambulatoria de muchos de ellos mismos?

¿Qué es lo que adormece nuestra conciencia y no nos permite condenar con el ostracismo político por lo menos, a quienes pactaron con Irán, encubrieron el atentado más horroroso sufrido en nuestra tierra y asesinaron al fiscal que los investigaba (aceptado por su propio candidato a Presidente?

¿Cómo es que no nos damos cuenta de que la situación económica, si ésta fuera la razón de nuestra “decepción” NO es diferente de la situación económica de los últimos setenta años en nuestro país, y en algunos casos (estructura, energía, aeropuertos, puertos, hospitales) es ciertamente mucho mejor?

Y lo más incomprensible de todo: ¿Cómo puede ser que no comprendamos que una vuelta al Poder del Kirchnerismo solamente asegura violencia, venganza y una decadencia económica inevitable porque su modelo de consumo subsidiado resulta ya imposible de financiar?

Los “decepcionados” parecen no darse cuenta de que intentando “castigar” a Macri por no haber cumplido con las expectativas que en ellos mismos Macri había generado, van a terminar por ser los primeros perjudicados, las primeras víctimas de un eventual gobierno de “los Fernández”.

El voto castigo terminará siendo un auto-castigo, porque ¿quién creen que se perjudicará más si el gobierno actual es derrotado en las próximas elecciones? ¿Macri? ¿o aquellos que van a tener que seguir dependiendo de su capacidad de trabajo y de generación de un ingreso para cumplir sus sueños?

Cuidado, no sea que el voto castigo termine siendo el proverbial “disparo en el propio pie”.

¿Para quién hablo yo, entonces? Tal vez hable para aquellos que, como yo, esperábamos más de la actual administración.

Pero somos los mismos que debemos comprender que los que se ofrecen como “solución” son los mentores de la decadencia de este país.

Estos “transformistas” que intentan disfrazarse de gente moderada, pero que te invitan a una fiesta en la cuál terminarás formando parte del menú.

Porque nunca hay que olvidar que SI ACEPTAS LA INVITACIÓN A CENAR EN CASA DEL VAMPIRO, LO QUE SE TERMINARÁ BEBIENDO SERÁ TU PROPIA SANGRE.