Descubrí la Ruta del Artesano en Tucumán

La Ruta del Artesano, enclavada en los fascinantes Valles Calchaquíes tucumanos, está compuesta por un grupo de personas nativas del valle que aman su tierra, sus costumbres y sus creencias populares.

De igual manera, el poder transformar la materia prima en algo único y útil para el visitante, se convierte en su mayor objetivo. A través de un utensilio, una prenda o una obra de arte, los artesanos logran transmitir una parte de su bagaje ancestral a quien lo adquiere.

Recorrer la Ruta del Artesano y visitar los hogares de los propios autores de estas maravillas, supone ingresar a una dimensión en la que el tiempo transcurre lento y parsimonioso, tal como los valles y su gente.

El artesano es alguien que conoce su historia, sus personajes, su lenguaje, sus valores, sus sueños y su tierra. Su obra nos cuenta historias de ancestros, transmitidas de generación en generación, que logran quedar plasmadas en cada una de sus piezas sublimes y únicas.

La Pachamama se transforma en una figura importantísima en esta aventura enclavada en el pasado, y acompaña al visitante a través de este maravilloso viaje sin tiempo, enseñándole a apreciar el valor intrínseco de cada una de estas maravillas hechas a mano.

Dedicados al tejido, al tallado en piedra, a la cerámica, a la talabartería y al cuero, los artesanos están esperándote para conocer y disfrutar de sus creaciones únicas y de excelencia.







Sueños hechos de arcilla

Cruzando los senderos empinados característicos de los valles, llegamos a nuestra primera parada en el pasaje Eliseo Tolaba, ubicado en El Churqui, donde residen Ramona Luna y su joven hija María José. Una pequeña casita, acogedora y que actúa como taller, es el hogar de las dos.

Es imposible entrar en la salita y no quedar maravillado por todas las obras de arte que se encuentran a cada paso. Menhires, urnas lloronas, vasos antropomorfos, vasijas, máscaras… todo realizado con gran delicadeza y mucho esmero.



“Trabajo con esto desde el año 2000 y me integré a la Ruta del Artesano seis años después”, comenta Ramona. Con la parsimonia y la discreción propias de las personas del valle, mide cada palabra pronunciada.

Nos cuenta que empezó con esto por necesidad económica “porque en el 2000 me quedé sola con mi hija y necesitaba conseguir un sustento para vivir. Siento que encontré la mejor salida”, nos dice satisfecha.

Ramona cuenta que todo lo que sabe del arte de la cerámica se lo debe a un curso intensivo de dos años que realizó junto a un profesor muy querido por ella, Daniel Saravia. “Él me enseñó mucho de esta técnica. Aprendí cómo se realiza el preparado y el modelado en arcilla”. Destaca que la parte que más disfruta de realizar estas obras es el levantado de la pieza, “igual disfruto de ir a buscar la arcilla a la orilla de los ríos, en minas a cielo abierto, y luego molerla. Una vez que se obtiene la masa, se empieza con el modelado”, relata.

Nos enseña su más reciente creación, que aún no está terminada. “Es una cruz chacana que contiene los cuatro elementos de nuestra cultura, la ranita de agua, el cóndor de dos cabezas, la luna y el sol que representan la unión y el suri que simboliza la tierra”. La pieza posee un aura especial, tal vez por su gran valor ancestral.

A la hora de señalar qué es lo más pedido por la gente que la visita, dice sin dudar: las pequeñas urnas lloronas. Igualmente, en su taller también se consiguen diferentes tipos de tejidos realizados por su hija María José, que silenciosa teje en un rincón.

Las dos son el máximo símbolo de unión. Juntas, madre e hija, resisten con sus sueños frente a la adversidad y gracias a la creatividad y al ingenio de sus manos.



Ilusiones entretejidas

Un poco más adelante, en medio de los cerros y cruzando un pequeño río, llegamos a Los Alisos, el taller de tejido de don Rogelio Romano, ubicado en la zona de Las Carreras, en El Mollar.

El taller recibe al visitante con una gran maquinaria en la que Rogelio se sienta todos los días y, con ayuda de sus pies, mueve los hilos creando piezas únicas e irrepetibles. Él puede estar horas y horas sentado contando historias y explicando todos los secretos sobre el arte del tejido. No se guarda nada.

“Me levanto todas las mañanas a las ocho y hasta el mediodía puedo hacer dos pies de cama”, comenta el señor de 55 años, pero que de espíritu parece tener muchos menos.

Coloridos motivos envuelven a cada pieza que realiza. Animales tejidos, almohadones, muñecos que esperan decorar la habitación de cada niño, pies de cama y caminos de mesa floreados listos para adornar cada comedor… todos realizados con la máxima prolijidad.

Cuando recuerda su infancia, es inevitable que se le llenen de lágrimas los ojos. “A esto lo hago hace más de 15 años ya. Mi mamá me enseñó a mí y mi abuela a ella. Vivimos rodeados de animales, por lo que la materia prima siempre está cerca”.

Rogelio expresa que gracias a este emprendimiento artesanal encontró un medio de vida y una ayuda para que sus hijos vayan a la escuela. “Esto tiene mucha salida”, agrega con los ojos contentos.

Frente a las grandes maquinarias industriales, expresa que la gente justamente lo busca porque cada creación es artesanal y nace de su propio ingenio.

Aunque algunos imaginen este lugar solitario, nada más alejado de la realidad. “Viene gente de todo el país, incluso muchos extranjeros”, dice. “Viene gente de Paraguay, de Uruguay, de Alemania, Italia, Perú, España… hay gente que viene y quiere que les mande almohadones y pies de cama a sus ciudades de origen”.

Rogelio prueba que sus piezas artesanales son muy requeridas por la gente y que estos siempre regresan en busca de nuevas creaciones. Nos comenta que uno de sus mayores logros es haber realizado piezas tejidas para el Bicentenario de la Independencia, y que es algo que siempre quedará guardado en su memoria.

Don Rogelio Romano es la prueba de la perseverancia y de la firmeza. Sus mágicas manos, que ya decoran cientos de hogares en todo el mundo, están listas desde temprano para continuar entretejiendo ilusiones.