Opinión: «La guerra comercial, el gradualismo, Netflix y pizzas en casa»

Salvador Di Stefano Asesor en Negocios, Económico y Financiero tanto de empresas de la ciudad y la región; como de individuos y empresas familiares ligadas al comercio, industria y campo.

Salvador Di Stefano
Asesor en Negocios, Económico y Financiero tanto de empresas de la ciudad y la región; como de individuos y empresas familiares ligadas al comercio, industria y campo.

El contexto internacional no luce favorable a la economía argentina y empantana la expectativa de una recuperación económica en el año 2019. La guerra comercial entre Estados Unidos y China fue el detonante de la crisis en el mundo emergente. La misma comenzó en abril del 2018 y desde sus principios cortó el financiamiento del mundo emergente, con consecuencias muy nocivas para Turquía y Argentina, los dos países con mayor déficit de balanza de pagos en el año 2018.

Un segundo impacto de esta guerra comercial pasa por la fuerte caída de la actividad económica a escala global, esto empujo a la baja el precio de la mayoría de las materias primas, que son la principal fuente de impulso de las exportaciones argentinas. Hay que destacar, que los problemas entre Inglaterra y la Unión Europea ayudaron a potenciar la caída de la actividad económica a escala mundial, la comedia de enredos que fue el Brexit dejo con pocos negocios al viejo mundo y un camino plagado de incertidumbre.

En la actualidad la guerra comercial entre Estados Unidos y China deja como saldo una devaluación de todas las monedas del mundo emergente, incluida la propia moneda China. Tasas a nivel mundial más bajas para Estados Unidos, pero mucho más elevadas para el mundo emergente dado la debilidad estructural de sus economías y menos inversión en casi todo el planeta.

En este escenario la economía argentina está condenada a vivir con lo nuestro. Producto de un mal diagnostico internacional, el gobierno argentino creyó tener disponible por 8 años financiamiento externo y tasas de interés extremadamente bajas. Este panorama halagüeño duro hasta abril del 2018; desde allí en adelante se cortó el crédito y lo que era gradualismo se tuvo que transformar en un ajuste salvaje.

A fines del año 2017 el déficit fiscal primario rondaba los U$S 23.000 millones al año. En la actualidad bajó a U$S 7.000 millones, el ajuste lo pagó el conjunto del sector privado, ya que se impusieron mayores tributos a la producción, aumentaron las tarifas púbicas y el Estado absorbió el crédito disponible en el mercado interno, dejando al Banco Nación desfinanciado y sin posibilidades de atender al sector productivo con tasas de interés competitivas.

La argentina en los últimos 365 días fue un ajuste permanente. El poder adquisitivo de la población cayó estrepitosamente y la extensión de la crisis en el tiempo hace que el fantasma del desempleo comience a pavonearse entre nosotros.

El gobierno comienza a ver con preocupación que la actividad económica en el año 2019 no crecerá, lo que implica que posiblemente no pueda cumplir las metas de recaudación esperada. Por lo tanto quedan varios caminos por delante: aplicar nuevos tributos, subir los existentes o bajar el gasto público.

Luce muy difícil que pueda aplicar un nuevo tributo, dado el hartazgo de los empresarios y la sociedad argentina que conviven con una presión tributaria asfixiante. Sin embargo, el gobierno se las ingenia para aumentar alícuotas impositivas como lo hizo hace muy poco con la tasa de estadística de las importaciones.

El gasto público nunca baja y el gobierno tiene sus razones. El 61,3% del gasto público corriente son prestaciones sociales, entre las que se incluyen el pago de jubilaciones y la asignación universal por hijo; mientras que un 14,6% del gasto corriente es pago de salarios a empleados del sector público. Estos dos rubros representan el 75,9% del gasto público corriente. El gasto de capital es un 10% de lo desembolsado en estos rubros, lo que implica que es imposible que la inversión del estado mueva la rueda de la actividad económica. Otro dato no menor, es que los intereses que pagamos de la deuda pública duplican lo invertido en gasto de capital. En este escenario es difícil bajar el gasto púbico, dada las restricciones que tiene el gasto social, no podemos dejar de pagar intereses de la deuda porque quedaríamos afuera del mundo y queda poco dinero para obra pública. Casi un pronóstico de caída de actividad cantado.

En este contexto el consumo privado, agobiado por una presión tributaria creciente, tasas de interés en la estratosfera, costos en suba y salarios que pierden poder adquisitivo no pueden mover el amperímetro de la recuperación económica. Quedarse en casa y mirar televisión o Netflix parece el programa más apropiado para la familia, con el cual no gastás dinero, te insertás en el mundo a través de un canal de películas y series, te alejás de la vida cotidiana y no ves ni de cerca a la clase política argentina. Noticieros abstenerse.

Conclusión
No vemos que los motores del crecimiento económico estén encendidos. El precio de las materias primas que mayoritariamente exportamos es muy bajo, a pesar del veranito de suba de precios que vivimos en los últimos días. No olvidemos que una golondrina no hace el verano. Brasil no muestra posibilidades de un crecimiento del PBI que impulse a nuestra economía. El Estado no está en condiciones de empujar a la economía ya que el gasto en capital es insignificante y representa el 1,6% del PBI. Nuestra economía no está recibiendo inversiones producto de la incertidumbre sobre el posible resultado electoral con propuestas muy disimiles para conducir el país, lo que enturbian la mirada de mediano y largo plazo. La exportación está en niveles similares a los años anteriores, desde el año 2015 estamos estancados en una exportación que no supera los U$S 62.000 millones.

La economía no crecerá en el año 2019. Podemos ver una mejora en los activos financieros dado los bajos precios que tienen nuestros títulos públicos y acciones, en el marco de la esperanza que el país mantendrá el rumbo de la coherencia económica y no volverá a incumplir los pagos de la deuda pública. Las empresas tendrán que adaptarse a una nueva escala productiva, agregar valor a sus productos, bajar costos incorporando más tecnología y conseguir capital propio para financiar la coyuntura.

En resumen, habrá que reinventarse para superar la crisis, nada será gratís, mucho esfuerzo y trabajo, poco esparcimiento fuera de casa, Netflix y pizza en el living o comedor.